lunes, 17 de diciembre de 2012


“Jesús, en los Evangelios, preconizó la igualdad de derechos de la mujer, pero la iglesia católica se convirtió en apóstol de su    marginación social y religiosa.”   Así empieza el texto que hemos estudiado, y la verdad, razón no le falta. Lo primero que nos ha llamado la atención es la citación del mismo Papa Juan Pablo II, el cual en su meditación “Dignitatis mulieris” argumenta que Jesús no llamó a ninguna mujer entre los doce apóstoles y que por ello debe concluirse que las excluyó explícitamente de la dirección de la Iglesia. Empezamos bien, con la Iglesia hemos topado. Si el mismo Papa ya nos viene diciendo semejante cosa, ¿qué van a decir entonces todos sus súbditos? Ya se sabe que en una estructura jerarquizada, si te toca estar abajo no te pagan precisamente por pensar, así que agachas la cabeza, dices a todo que sí y tiras adelante. Y claro, como lo que dice el Papa va a misa, nunca mejor dicho, pues ya la tenemos liada. Y no es un Papa cualquiera, es el actual, y estamos en el 2005, siglo XXI. Señores de la Iglesia, vamos a modernizarnos un poquito, ¿no? Pues no, la Iglesia erre que erre con sus argumentos ultraconservadores y tradicionalistas.
         El texto se sumerge después en una serie de citas evangélicas sobre la vida de Jesús, que no son pocas, donde trata de demostrar que la mujer allá entre los años 0 y 33 tuvo mucho más que ver de lo que nos quiere hacer creer la Iglesia. Ahí va un botón de muestra:
         Para empezar Jesús excluyó del “reino” que predicó a los sacerdotes profesionales, desde el Papa al último párroco.
         A propósito de la argumentación anterior del Papa; es cierto que los doce apóstoles eran varones, pero israelitas, circuncidados, casados y un montón de cosas más que al parecer no tienen importancia, solamente la tiene que son varones, lo demás son datos culturales. No se tiene en cuenta la tradición judía simbólica de reunir doce varones, uno de cada tribu, israelitas, o sea sólo se dice una parte de la verdad, lo que les interesa.
         Jesús integró mujeres en su círculo de discípulos, esto jamás hubiese sido posible en el entorno judío.
         Otro argumento se centra en el número de veces que se nombra a una mujer en los Evangelios, 215 veces. No es que esto sea de mucha importancia, pero es un argumento más. Los nombres propios femeninos son mucho más abundantes en el Nuevo Testamento. El peso de las mujeres cuadruplicó su porcentaje.
         Jesús quiso mostrar no sólo que la mujer era importante, podía y debía gozar de los mismos derechos.
         Fue una mujer el primer ser humano que proclamó la divinidad de Jesús, Isabel. Fue también a mujeres a quienes le fue revelada la resurrección del nazareno.
         Maria Magdalena fue la primera en recibir a Jesús resucitado y la encargada de comunicárselo a los discípulos varones.
         Al contrario que los apóstoles, las discípulas no corrieron ni huyeron para esconderse durante la ejecución y entierro de Jesús. En el Calvario había cuatro mujeres.
         Siete mujeres siguen y sirven a Jesús, Maria Magdalena, Maria de Betania, su hermana Marta, Juana, Susana, Salomé y la suegra de Simón/Pedro. Libres de amarras sociales, religiosas y de sexo, capaces de poder decidir, nada marginales. Son mujeres al servicio de Dios, no están al servicio de un varón o de los hombres.
         A Maria Magdalena se la inmortalizó con una misión clara de mensajera. La traducción latina la distingue con el título de “apostola apostolorum”.
         El diálogo más extenso de Jesús lo tuvo con la mujer de Samaria, con gran asombro de los discípulos que se maravillaban de que hablase con una mujer, como resultado muchos samaritanos reconocieron a Jesús como “Salvador del mundo”.
         La samaritana que había tenido cinco maridos y vivía con un sexto abandonó su cántaro y corrió a testimoniar entre sus convecinos la presencia de Jesús representando así al “antiguo Israel adúltero e infiel que se convierte en el nuevo Israel purificado, fiel y misionero”.
         La Iglesia habla de la famosa profesión de fe que Jesús le pidió a Pedro, pero esa misma profesión de fe se la solicitó también a una mujer, a Marta de Betania. Marta fue puesta por Jesús ante el mismo privilegio que Pedro. Jesús habló de fe grande y la atribuyó a una mujer, mientras que al mismísimo Pedro y a los discípulos les había tildado de “hombres de poca fe”.
        
También hizo descansar su fundamental enseñanza sobre la gracia y el perdón, mensaje básico para el cristianismo futuro, en una mujer pecadora arrepentida. También mostró el respeto por la mujer y proclamó el derecho a la igualdad cuando habilitó a la “hemorroísa”, que padecía flujo de sangre desde hacía 12 años y había sido apartada de la vida social y religiosa de su comunidad.
         En cuanto a la mujer sorprendida en adulterio, Jesús se dirige a ella, la pone al mismo nivel de trato y respeto y la perdona: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
         La ekklesia que puso en marcha Jesús era un pueblo de hombres y mujeres, no sólo de varones, reunidos ante Dios.
         Todo esto por un lado. Luego según avanza la Historia nos vamos encontrando “perlas” como las siguientes:
         “En la Iglesia se entiende por mujer a quien obra de manera juvenil y boba”, Haimo d’Auxerre (s. VIII).
         “La mujer no puede recibir órdenes sagradas porque por su naturaleza se encuentra en condiciones de servidumbre”, Graciano (s. XII)
         “Como el sexo femenino no puede significar ninguna eminencia de grado, porque la mujer tiene un estado de sujeción, por eso no puede recibir el sacramento del Orden”, Santo Tomás (s. XIII).
         La mujer es entonces un ser inferior, boba y condenada a la servidumbre “por su naturaleza”. Y lo peor es que hoy muchos sacerdotes y prelados siguen pensando lo mismo de ellas.
         Muchas corrientes evangélicas actuales están intentando devolver a la mujer el protagonismo religioso que nunca debió perder. Desde 1958 va incrementándose progresivamente el número de iglesias cristianas que han aceptado con normalidad la ordenación sacerdotal de mujeres, pero la Iglesia católica prefiere seguir ignorando las enseñanzas del Nuevo Testamento y mantenerse atrincherada en su tradición.
         Qué lejos y olvidado ha quedado aquel Jesús.

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