lunes, 17 de diciembre de 2012

¿Cómo se comportaba Jesús ante la mujer?

Jesús y las mujeres.
¿Cómo se comportaba Jesús con las mujeres? ¿Las consideraba inferiores (como era común en la época)? ¿Huía de ellas? ¿Las evitaba?...
 
Jesús y las mujeres.
Jesús y las mujeres.
¿Cómo se comportaba Jesús ante la mujer? ¿Huyó de ellas? ¿Las esquivaba?

Jesús vino a salvar a todos. Nadie quedaba excluido de su redención. Mucho menos, la mujer, en quien Jesús puso tanta confianza, como guardiana de los valores humanos y religiosos del hogar. Indaguemos en los Santos Evangelios para ver cómo fue el trato que Jesús dispensó a las mujeres.

Jesús supo tratar a la mujer con gran respeto y dignidad, valorando toda la riqueza espiritual que ella trae consigo, en orden a la educación humana y moral de los hijos y a la formación de un hogar donde reine la comprensión, el cariño y la paz, y donde Dios sea el centro.

La mujer en tiempos de Jesús.

Hoy difícilmente nos imaginamos hasta qué extremos llegó en el mundo antiguo la discriminación de la mujer.

Las religiones orientales llegaban a negarle la naturaleza humana, atribuyéndole la animal. El culto de Mithra, que señoreó en todo el imperio romano en los comienzos de la difusión del cristianismo, excluía radicalmente a las mujeres. Sócrates las ignoraba completamente. Platón no encuentra sitio para ellas en su organización social.

¿Y el mundo hebreo en tiempos de Jesús? El hebraísmo se nos muestra como una religión de varones. Filón -contemporáneo de Cristo- nos cuenta que toda la vida pública, con sus discusiones y negocios, en paz y en guerra, son cosa de hombres. Conviene, dice, que la mujer quede en casa y viva en retiro. Este separatismo estaba reflejado en las leyes imperantes: la mujer era indigna de participar en la mayoría de las fiestas religiosas, no podía estudiar la torá ni participar en modo alguno en el servicio del santuario. No se aceptaba en juicio alguno el testimonio de una mujer, salvo en problemas estrictamente familiares. Estaba obligada a un ritual permanente de purificación, especialmente en las fechas que tenían algo que ver con lo sexual (la regla o el parto). De ahí que el nacimiento de una niña se considerase una desgracia. Rabbi Simeón ben Jochai escribe en el año 150: "Todos se alegran con el nacimiento de un varón. Todos se entristecen por el de una niña".

En fin, la mujer se consideraba como posesión del marido. Estaba obligada a las faenas domésticas, no podía salir de casa sino a lo necesario y convenientemente velada, no podía conversar a solas con ningún hombre so pena de ser considerada como indigna y hasta adúltera. Ante cualquier sospecha de infidelidad, debía someterse a la prueba de los celos (cf. Num 5, 12-18). En caso de poligamia101 que siempre era poliginia102estaba obligada a tolerar otras mujeres y podía recibir el libelo por las razones más fútiles. Siempre se atribuía a ella la esterilidad de la pareja. La discriminación en caso de adulterio era radical. Esta humillación llegaba en algunos campos, sobre todo, en el campo religioso, a situaciones increíbles. Tres veces al día todo judío varón rezaba así: "Bendito seas tú, Señor, porque no me has hecho gentil, mujer o esclavo". A lo que la mujer debía responder, agachada la cabeza: "Bendito sea el Señor que me ha creado según su voluntad". Y el rabinismo de la época de Jesús repetía tercamente que "mucho mejor sería que la Ley desapareciera entre las llamas, antes que ser entregada a las mujeres".

Este era el mundo en que se movió Jesús. Estas, las costumbres en las que fue educado. ¿Compartió Jesús estas discriminaciones?

Jesús y la mujer

Partiendo de los Evangelios, ¿qué características tienen las mujeres?

Trabajadora: Compara el Reino de Dios a una mujer que trabaja en la casa, que pone levadura en la masa y prepara el pan para la familia (cf. Lc 13, 20-21). Por tanto, nada más lejos de la mujer que el espíritu de comodidad, la pereza y la vida fácil y regalada. En el alma de toda mujer campea la capacidad de sacrificio y de servicio.

Cuidadosa, atenta y solícita: así como una mujer barre la casa, busca por todas partes para encontrar esa moneda perdida, así es Dios Padre con nosotros, hasta encontrarnos (cf. Lc 15, 8-10). Son características propias de la delicadeza femenina.

Afectiva y comunicativa: así como esa mujer se alegra al encontrar la moneda perdida y hace partícipe a sus vecinos de su gozo, así Dios Padre nos hace partícipes de su alegría, cuando recobra un hijo perdido (cf. Lc 15, 8-10). No olvidemos que la mujer necesita mucho más el afecto que las razones y las cosas materiales. A través de la afectividad podemos entrar en el mundo intelectivo de la mujer.

Esposa previsora: con el aceite de su amor y fe sale al encuentro del esposo. Así debemos nosotros ser con Dios (cf. Mt 25, 1-13). Toda mujer debe tener previsión de cuanto se necesita en casa.

Insistente: la mujer es presentada aquí como modelo de fe insistente, hasta conseguir lo que quiere (cf. Lc 18, 1-8). De esta característica son testigos los esposos, pues saben que sus esposas consiguen todo a base de insistencia.

Servicial y generosa: Marta y las buenas mujeres, que le seguían, sirven a Jesús con delicadeza y amor, poniendo sus bienes al servicio de Cristo (cf. Lc 10, 38-42; Lc 8, 1-3). Es propio de la mujer la generosidad; ella nunca mide su entrega; simplemente se da.

Feliz en el sacrificio: como la madre al dar a luz a su hijo (cf. Jn 16, 21). El sacrificio lo tienen incorporado en su vida; nacen con una cuota de aguante mayor que la del hombre.

Humilde y oculta: como esa viuda que pone en la colecta del templo lo que tenía para vivir (cf. Mc 12, 41-44; Lc 21, 1-4). ¡Cuántas cosas, cuántos detalles ocultos hace la mujer en la casa, y nadie los ve! Sólo Dios les recompensará.

De fina sensibilidad: derrama el mejor perfume a Cristo (cf. Jn 12, 1-8). La sensibilidad es una de las facetas femeninas. Sin las mujeres nuestro mundo sería cruel; le faltaría esa nota de finura. Ellas van derramando su mejor perfume en el hogar.

Fiel en los momentos difíciles: allí estaban las mujeres en el Calvario, cuando Jesús moría (cf. Jn 19, 25). ¿Dónde estaban los valientes hombres, los apóstoles decididos, los que habían sido curados? Allí estaban las mujeres, pues cuando una mujer ama de verdad, ama hasta el sacrificio.

¿Cómo las trató Jesús?

Habla con ellas con naturalidad, espontaneidad, sin afectación; pero siempre con sumo respeto, discreción, dignidad y sobriedad, evitando el comportamiento chabacano, atrevido, peligroso. Nadie pudo echarle en cara ninguna sombra de sospecha en este aspecto delicado.

Les permite que le sigan de cerca, que le sirvan con sus bienes (cf. Lc 8, 1-3). Esto era inaudito en ese tiempo. Rompe con los esquemas socioculturales de su tiempo. ¿Por qué iba Él a despreciar el servicio amoroso y solícito de las mujeres? Ahora uno entiende mejor cómo en las iglesias siempre la mujer es la más dispuesta para todos los servicios necesarios,.103 pues desde el tiempo de Jesús ellas estaban con las manos dispuestas a servir de corazón.

Busca sólo el bien espiritual de sus almas, su conversión. No tiene intenciones torcidas o dobles.

Les corrige con amor y respeto, cuando es necesario, para enseñarles la lección. A su Madre la fue elevando a un plano superior, a una nueva maternidad, que está por encima de los lazos de la sangre (cf. Lc 2, 49; Jn 2, 4; Mt 12, 48). A la madre de los Zebedeo le echó en cara la ambición al pedir privilegios a sus hijos (cf. Mt 20, 22). A las mujeres que lloraban en el camino al Calvario les pidió que sus lágrimas las reservasen para quienes estaban lejos de Dios, a fin de atraerles a la conversión (cf. Lc 23, 28).

Les premia su fe, confianza y amor con milagros: a la hemorroísa y a la hija de Jairo (cf. Mt 9, 18-26). A la suegra de Simón Pedro (cf. Mc 1, 29-39). Al hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7, 11-17). A la hija de la cananea (cf. Mc 7, 24-30). A la mujer encorvada (cf. Lc 13, 18-22). Jesús es sumamente agradecido con estas mujeres y sabe consolarles en sus sufrimientos.

Jesús acepta la amistad de las hermanas de Lázaro, Marta y María, que lo acogen en su casa con solicitud y escuchan con atención sus palabras (cf. Lc 10, 38-42). La amistad es un valor humano, y Jesús era verdadero hombre. ¿Cómo iba él a despreciar un valor humano?

Las perdona, cuando están arrepentidas (cf. Jn 8, 1-11; Lc 7, 36-50; Jn 4, 7-42). A María Magdalena la libró del poder del demonio (cf. Mc 16, 9; Lc 8, 2).

La llama a ser apóstol de su resurrección (Jn 20, 17). Las mujeres se convierten en las primeras enviadas a llevar la buena nueva de la victoria de Cristo.

Visión de la mujer en el Cristianismo

La mujer es ante todo una persona humana, creada por Dios, espiritual y destinada a la vida inmortal. Va en contra de su dignidad y destino convertirla en objeto de placer, esclava del capricho, de su vanidad, de la moda o figura meramente decorativa de la casa. ¡Mujeres, no se dejen manipular! ¡Mujeres, sepan respetarse! ¡Mujeres, son personas humanas con una dignidad grandísima! Reconozcan su dignidad.

La mujer es persona en cuanto mujer y sólo se realiza como persona en la medida en que se realiza como mujer. La cultura moderna demuestra que la disociación de ambos elementos genera en la persona una represión que termina por desequilibrarla y que es fuente de desestabilización familiar. ¡Mujeres, sean mujeres, conserven sus aspectos femeninos! El mundo y la sociedad les necesitan como perfectas mujeres. Lo que ustedes no hagan no lo hará nadie. El hombre tiene otro rol.

Dios ha capacitado a la mujer a través de su naturaleza femenina para su pleno desarrollo y realización como ser humano. El cuerpo y el alma femeninos están hechos naturalmente para la misión sagrada y específica de transmitir la vida. Nulificar o negar esta dimensión produce una especie de muerte psicológica de su esencia femenina. ¡Mujeres, no se avergüencen de tener hijos, muchos hijos....es ésta su principal misión!

Cristo ha redimido la imagen de Dios en el hombre que había quedado rota desde el principio, y ha curado con su amor absoluto las heridas dejadas por el pecado, de manera que ahora la mujer es capaz de expresarse y realizarse por el camino de un amor oblativo y sacrificial, verdadera fuente de vida y fecundidad. La Iglesia, con el Evangelio, cree que el amor oblativo, lejos de extinguir a la mujer, la dilata en su existencia. ¡Mujeres, queremos ver en ustedes ese amor hecho oblación y entrega! María, la madre de Jesús les da ejemplo de la hondura de este amor.

A través de la condición femenina se percibe un especial reflejo del Espíritu de Dios y su virtud como fuerza de amor, como centro de comunión, como regazo de vida, como aliento de esperanza, como certeza de que la vida triunfa sobre la muerte, así como el espíritu prevalece sobre la materia. ¡Sin ustedes, mujeres, el mundo se materializaría, y nos quedaríamos sin alma, sin espíritu! ¡No permitan que nos ahoguemos en lo material!

La mujer forma parte esencial del Cuerpo Místico de Cristo en virtud de su feminidad, la cual refleja la naturaleza esponsal de dicho Cuerpo con respecto a su Cabeza, Cristo. La Iglesia es la esposa de Cristo. Al querer retratar a la Iglesia debemos mirar a la mujer de donde sacaremos la fuente de ternura femenina para aplicarla analógicamente a la Iglesia de Cristo.

En la historia de la Salvación la mujer ocupa un lugar irremplazable. En el tiempo que le toca vivir, ella es un anillo nuevo e irrepetible en esa larga cadena de mujeres que la han precedido como cooperadoras de la evangelización, desde aquel pequeño grupo que acompañaba y servía a Jesús. La primera de todas fue su Madre Santísima. Por tanto, el "Vayan y anuncien" de Jesús, también va dirigido a las mujeres, a todo cristiano, hombre o mujer.

En el tiempo de la Iglesia que le toca vivir, a la mujer cristiana le compete velar porque la Iglesia persevere en la fidelidad a su Esposo Divino, a través del mantenimiento no adulterado de su fe, y de un constante rejuvenecimiento y acrecentamiento de su maternidad espiritual sobre la humanidad redimida. Lo cual quiere decir que en la génesis y expansión del evangelio en cada tiempo y en cada cultura, la mujer debe marchar a la cabeza de los evangelizadores, a ejemplo de la Santísima Virgen y de María Magdalena. ¡Qué predilección y qué confianza la del Señor!


CONCLUSIÓN

Jesús comprende la vocación peculiar de la mujer a la vida y al amor, capaz de suscitar en ella los más nobles sentimientos e ideales. Por eso siempre apela a lo mejor que hay en la mujer: su anhelo de un amor que le permita realiza su vocación sobrenatural y eterna. Jesús no echa en cara a la mujer su vida ni su pecado, sino que la conduce de la mano misericordiosamente, para que ella reconozca su situación y su error, y vuelva a la vida nueva.

Jesús da a entender que sólo el amor de la madre, la pureza del alma virgen y la capacidad de sufrimiento del corazón femenino fueron capaces de compartir la inmensidad del sufrimiento del Hijo de Dios. Serán las mujeres quienes aprovecharán los pocos minutos de luz que quedan para embalsamar su cuerpo y perfumarlo, según la costumbre judía. Luego velarán con amor intrépido, ante la mirada insidiosa de los guardias, el cuerpo de su Maestro amado (cf. Mt 27, 61), Después de haber guardado el reposo sabático, irán muy de mañana el primer día de la semana a la tumba de Jesús con la ilusión de poder concluir ese piadoso acto de amor. Como recompensa, Jesús resucitado se les aparecerá a ellas antes que a ningún otro discípulo (cf. Mt 28, 9) y a ellas, antes que a los mismos apóstoles. Jesús les confiará la tarea de anunciar a los demás la buena noticia de su resurrección (cf. Mt 28, 10; Jn 21, 17), a pesar de la mentalidad judía, que no concedía ningún valor al testimonio de una mujer.

Por su apertura al amor y su fina sensibilidad la mujer está especialmente capacitada para comprender el mensaje de Jesús. Por ello, el Maestro no duda en revelarles verdades profundísimas sobre el misterio del Padre y su propio misterio: a la mujer samaritana le declara sin ambages que Dios es Espíritu y que no debemos adorarlo en Jerusalén o en un monte sino "en espíritu y en verdad". Él mismo se presenta a ella como el Mesías prometido (cfr. Jn 4, 24.26). A Marta, la hermana de Lázaro, le dice que Él es la resurrección y la vida (Jn 11, 26). A María Magdalena le da a entender que su Padre Celestial es también Padre de todos los hombres (cf. Jn 20, 17). Las mujeres comprenden el lenguaje del amor, que es el núcleo del mensaje de Cristo.

Jesús no desconoce la realidad del pecado en la adúltera, en la samaritana, en María Magdalena. Pero sabe que ellas pueden alcanzar la redención de sus faltas, porque pueden amar mucho. Jesús trata a la mujer como mujer. Ni privilegia su trato ni lo rechaza. Ve en ella un reflejo espléndido del amor del Padre, una creatura llamada a la alta vocación de madre, de esposa, de hija. Cristo lega a todos los hombres un magnífico ejemplo del trato que merece la mujer; su finura, su respeto, su delicadeza, su miramiento, su amor puro y desinteresado son un modelo perfecto del comportamiento que el hombre debe adoptar con la mujer.

Las mujeres como ejemplos espirituales positivos
Jesús con frecuencia usó a las mujeres como ilustraciones en Su enseñanza. Linda Belleville nota: “Esto está en agudo contraste con los rabinos de ese entonces. Uno busca en vano en la enseñanza de ellos, tan siquiera una historia o ilustración de sermón que mencione a las mujeres” (Mujeres Líderes y la Iglesia, pág. 48). En muchas de las ilustraciones de Jesús, las mujeres son presentadas como modelos positivos de fe, que los hombres deben de seguir.
Por ejemplo:
· La reina del sur, que fue más sabia que los judíos del primer siglo (Mateo 12:42).
· La mujer que mezcló la levadura con la harina (Mateo 13:33), que es presentada como una ilustración de la forma en la que opera el reino de Dios.
· Mujeres trabajando cuando Cristo regrese, algunas de las cuales estarán listas y otras no (Mateo 24:41).
· Diez vírgenes, de las cuales cinco estaban preparadas y cinco no (Mateo 25:1-13).
· La viuda de Sarepta, a quien Jesús usó como ejemplo de una gentil a la cual Dios favoreció (Lucas 4:26).
· La mujer que encontró la moneda que había perdido (Lucas 15:8-10). En ésta parábola la mujer juega el papel de Dios, así como lo hizo el pastor en la parábola anterior y lo hará el padre en la siguiente parábola.
· Una viuda persistente (Lucas 18:1-8), un modelo a imitar en oración por los discípulos.
· Una viuda que dio todo lo que tenía (Lucas 21:1-4).
En Lucas 11, una mujer anónima dijo: “¡Dichosa la mujer que te dio a luz y te amamantó!” (v. 27). Jesús no negó que Su propia madre era bendecida, pero Él dijo que la verdadera bendición es dada a “los que oyen la palabra de Dios y la obedecen” (v. 28). El valor espiritual de una mujer se basa en su respuesta a Dios, no en el desempeño de funciones biológicas. Las mujeres son salvadas por la fe, no por dar a luz criaturas.
Jesús elaboró un punto similar cuando las personas le dijeron que Su madre y Sus hermanos querían hablar con Él (Mateo 12:47). Él respondió que Sus discípulos eran su verdadera familia: “mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (vv. 49, 50).
La respuesta espiritual es más importante que el origen biológico. Jesús expandió la respuesta para incluir “hermana”, aunque el comentario original no mencionaba hermanas; al hacerlo así, Él implicó que las mujeres estaban espiritualmente en igualdad con los hombres.
Poco antes que Jesús fuera arrestado y matado, una mujer lo ungió con una gran cantidad de costoso perfume. Los discípulos murmuraron acerca del gasto, pero Jesús alabó a la mujer: “Ella ha hecho una obra hermosa conmigo…les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique éste evangelio, se contará también, en memoria de ésta mujer, lo que ella hizo” (Mateo 26:10, 13).
Lo que ella hizo es una gran ilustración para todos los discípulos: devoción sin restricción. Jesús dijo a la mujer que lo ungió: “Tu fe te ha salvado” (Lucas 7:50), y el hecho de que ésta historia esté preservada en los Evangelios, significa que la fe de ella es un ejemplo para nosotros hoy.
Similarmente, una mujer cananea fue alabada por tener una gran fe (Mateo 15:28). Como una gentil, ella no tenía razón para reclamar favor alguno procedente de Él, pero apeló a la gracia y la misericordia, y las recibió.
Las mujeres en el ministerio de Jesús
La mayoría de los hombres judíos y griegos tenían puntos de vista negativos sobre las mujeres, pero Jesús trató a las mujeres con dignidad y respeto. Él las vio no en términos de su género sexual, sino en términos de su relación con Dios. Él sanó a varias mujeres, echó demonios fuera de ellas y resucitó de los muertos a los hijos de ellas.
Sheila Graham resume: “El honor y el respeto de Jesús fueron…extendidos a todas las mujeres—una actitud grandemente inesperada y desconocida en Su cultura y tiempo. Jesús, a diferencia de los hombres de Su generación y cultura, enseñó que las mujeres son iguales a los hombres a la vista de Dios”.
“Las mujeres podían recibir el perdón y la gracia de Dios. Las mujeres, al igual que los hombres, podían estar entre los seguidores personales de Jesús. Las mujeres podían tener participación plena en el reino de Dios…Éstas eran ideas revolucionarias. Muchos de Sus contemporáneos, incluyendo Sus discípulos, estaban en estado de choque emocional” (“Jesús y las Mujeres”, La Pura Verdad[Julio 1994]:15).
Ahora veamos a algunas de las mujeres en la vida de Jesús.
Elizabet
Empezamos nuestro breve estudio con una mujer cuyo rol ocurrió antes que Jesús naciera. Elizabet, esposa del anciano sacerdote Zacarías, fue notada por ser “intachable delante de Dios” y totalmente obediente (Lucas 1:6). Cuando María visitó a Elizabet, “la criatura saltó en su vientre. Entonces Elizabet, [fue] llena del Espíritu Santo” y pronunció una bendición sobre María—y sus palabras ahora son parte de la Escritura (vv. 41-45).
María, la madre de Jesús
La madre de Jesús dejó un ejemplo maravilloso con sus palabras: “Aquí me tienes, la sierva del Señor…que Él haga conmigo como me has dicho” (v. 38). María también fue inspirada a decir un poema de alabanza que ahora es parte de la Escritura (vv. 46-55). Una vez más, ella dejó un buen ejemplo cuando “guardaba todas éstas cosas en su corazón y meditaba acerca de ellas” (2:19, 51). Ella fue instrumental en el primer milagro público de Jesús (Juan 2:1-11). En la cruz, Jesús asignó a Juan que cuidara de Su madre, y María fue contada entre los discípulos después de la resurrección de Jesús (Hechos 1:14).
Ana
Cuando Jesús fue llevado al templo para ser dedicado, una anciana profetisa llamada Ana “dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lucas 2:38). Desafortunadamente, no sabemos lo que ella dijo o cómo esparció ella la noticia.
María y Marta
Aunque los rabinos judíos decían que los hombres no debían hablar con las mujeres, Jesús contaba a las mujeres como Sus amigas. “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Juan 11:5). En una ocasión que Jesús estaba visitando Betania, “una mujer llamada Marta lo recibió en su casa” (Lucas 10:38). Ya que Marta era dueña de una casa; ella podría haber sido una viuda. Su hermana María estaba “sentada a los pies del Señor, y escuchaba lo que Él decía” (v. 39). Pero Marta estaba ocupada preparando la comida, y le pidió a Jesús que le dijera a María que la ayudara.
Los rabinos decían que a las mujeres no se les debía enseñar la Escritura, así que María estaba eludiendo un rol típico de las mujeres para poder hacer algo que estaba normalmente conferido a los hombres. Pero Jesús no “la puso en su lugar”. Más bien, Él dijo que ella había escogido el lugar correcto en ese momento. “…Sólo una [cosa] es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará” (v. 42). El crecimiento espiritual es más importante que los deberes domésticos.
Graham escribe: “Jesús no sintió que el trabajo de la mujer—o el trabajo del hombre, si fuera el caso— no era importante. Él no estaba diciendo que era equivocado ser diligentes y cuidadosos acerca de nuestras responsabilidades. Cristo estaba diciendo que debemos poner en orden nuestras prioridades. Las mujeres fueron llamadas a ser discípulos de Jesús, así como lo fueron los hombres, y se esperaba que las mujeres cumplieran sus responsabilidades espirituales, así como se esperaba lo mismo de los hombres” (págs. 16, 17).
En ese incidente, María puso un mejor ejemplo que Marta. Pero James Borland nota que Marta debería ser recordada también por otro incidente: “Más tarde, en otra visita de Jesús a Betania, fue Marta la que fue enseñada por Jesús mientras María se quedó sentada en la casa (Juan 11:20)…Marta dio una excelente confesión acerca de Jesús, diciendo: ‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo’” (Juan 11:27, NVI). (Recobrando la Masculinidad y la Femineidad Bíblicas, 118).
La mujer samaritana en el pozo
El diálogo más largo registrado que Jesús tuvo con algún individuo, fue con una mujer—una mujer samaritana. La lección que Jesús le dio acerca del agua viva, fue tan profunda espiritualmente como la lección que le dio a Nicodemo—y la mujer tuvo una mejor respuesta. A diferencia de Nicodemo, ella estaba dispuesta a ser relacionada con Jesús. Ella le dijo a sus vecinos acerca de Jesús, y muchos de ellos creyeron en Jesús “por el testimonio que daba la mujer” (Juan 4:28, 29, 39).
Una hija de Abraham
Cuando Jesús estaba enseñando en una sinagoga, una mujer que había estado encorvada por 18 años entró y Jesús la sanó (Lucas 13:10-13). El jefe de la sinagoga criticó a Jesús, pero Jesús defendió Su acción, diciendo que la mujer era “una hija de Abraham” (v. 16).
Graham escribe: “Ante sus críticos más venenosos, Jesús públicamente mostró Su preocupación y alta consideración por ésta mujer, alguien a quien probablemente otras personas habían visto por años, pasar a través de una lucha en su aflicción cuando venía a la sinagoga a adorar a Dios. Alguien a quien ellos también podrían haber rechazado porque era una mujer y estaba discapacitada” (v. 18). Al usar la rara frase “hija de Abraham”, Jesús estaba recordando a las personas que las mujeres también estaban entre los descendientes de Abraham y eran elegibles para las bendiciones.
Juana y Susana
Lucas nos dice que varias mujeres que habían sido sanadas ayudaban a Jesús apoyándolo “con sus propios recursos” (Lucas 8:3). Éstas incluían: “Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; Susana y muchas más”. Aunque ellas probablemente estaban involucradas en la preparación de los alimentos, Lucas indica que su papel más significativo era cubrir las cuentas monetarias.
Graham escribe: “Algunas de éstas mujeres—posiblemente viudas— tenían el control de sus propias finanzas. Fue procedente de la propia generosidad de ellas que Jesús y Sus discípulos fueron apoyados, cuando menos, parcialmente. Aunque Cristo trabajó con las tradiciones culturales del primer siglo, Él ignoró las limitaciones que habían sido puestas sobre las mujeres por la cultura de ellos. Las mujeres eran libres para seguirlo y tomar parte en Su ministerio al mundo”.
Mateo 27:55, 56 también menciona que “muchas mujeres…habían seguido a Jesús desde Galilea para cuidar de Sus necesidades. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo (Marcos 15:40 reporta que su nombre era Salomé). Lucas 23:27 reporta que muchas mujeres de Jerusalén lo seguían después de Su arresto, y Él se volvió a ellas y les enseñó, diciendo que incluso peores tiempos vendrían para Jerusalén.
Una mujer con hemorragias
Mientras Jesús estaba en camino a casa de Jairo, una mujer que había estado padeciendo de hemorragias por 12 años lo tocó, y fue sanada (Marcos 5:22-29). Ella tenía miedo de que Jesús se enojara (los rabinos normalmente evadían a las mujeres, especialmente las impuras), pero Jesús no estaba enojado. Él dijo: “¡Hija, tu fe te ha sanado!” (v. 34) —dirigiéndose a ella con una palabra de afecto y públicamente alabando la fe de ella. Similarmente, Jesús no tuvo miedo de tocar a otra hija impura, la hija muerta de Jairo (v. 41).
María Magdalena
Lucas nos dice que María Magdalena tuvo siete demonios que fueron echados de ella (Lucas 8:2), pero María sería mejor conocida como la primera en ver la tumba vacía, la primera en llevar la buena nueva a los discípulos.
Graham escribe: “María es casi siempre mencionada primero en la lista de las mujeres que fueron discípulos de Jesucristo. Ella pudo haber sido una de las líderes de ese grupo de mujeres que seguían a Jesús, desde el inicio de Su ministerio en Galilea hasta Su muerte e incluso después. El Jesús resucitado se apareció primero a ella. Es irónico que en un tiempo cuando las mujeres no podían ser testigos legales, Jesucristo escogió a las mujeres como los primeros testigos de Su resurrección”.
Aunque los hombres huyeron para salvar sus vidas, las mujeres fielmente siguieron a Jesús hasta la cruz (Mateo 27:55, 56), y María se sentó cerca mientras José de Arimatea ponía el cuerpo de Jesús en la tumba (v. 61). María lideró a las mujeres que vinieron a ungir a Jesús temprano el domingo por la mañana (Marcos 16:2), y un ángel les dijo que Jesús había sido resucitado (v. 6). Entonces, ellas contaron la nueva a los 11 discípulos (Lucas 24:10).

“Jesús, en los Evangelios, preconizó la igualdad de derechos de la mujer, pero la iglesia católica se convirtió en apóstol de su    marginación social y religiosa.”   Así empieza el texto que hemos estudiado, y la verdad, razón no le falta. Lo primero que nos ha llamado la atención es la citación del mismo Papa Juan Pablo II, el cual en su meditación “Dignitatis mulieris” argumenta que Jesús no llamó a ninguna mujer entre los doce apóstoles y que por ello debe concluirse que las excluyó explícitamente de la dirección de la Iglesia. Empezamos bien, con la Iglesia hemos topado. Si el mismo Papa ya nos viene diciendo semejante cosa, ¿qué van a decir entonces todos sus súbditos? Ya se sabe que en una estructura jerarquizada, si te toca estar abajo no te pagan precisamente por pensar, así que agachas la cabeza, dices a todo que sí y tiras adelante. Y claro, como lo que dice el Papa va a misa, nunca mejor dicho, pues ya la tenemos liada. Y no es un Papa cualquiera, es el actual, y estamos en el 2005, siglo XXI. Señores de la Iglesia, vamos a modernizarnos un poquito, ¿no? Pues no, la Iglesia erre que erre con sus argumentos ultraconservadores y tradicionalistas.
         El texto se sumerge después en una serie de citas evangélicas sobre la vida de Jesús, que no son pocas, donde trata de demostrar que la mujer allá entre los años 0 y 33 tuvo mucho más que ver de lo que nos quiere hacer creer la Iglesia. Ahí va un botón de muestra:
         Para empezar Jesús excluyó del “reino” que predicó a los sacerdotes profesionales, desde el Papa al último párroco.
         A propósito de la argumentación anterior del Papa; es cierto que los doce apóstoles eran varones, pero israelitas, circuncidados, casados y un montón de cosas más que al parecer no tienen importancia, solamente la tiene que son varones, lo demás son datos culturales. No se tiene en cuenta la tradición judía simbólica de reunir doce varones, uno de cada tribu, israelitas, o sea sólo se dice una parte de la verdad, lo que les interesa.
         Jesús integró mujeres en su círculo de discípulos, esto jamás hubiese sido posible en el entorno judío.
         Otro argumento se centra en el número de veces que se nombra a una mujer en los Evangelios, 215 veces. No es que esto sea de mucha importancia, pero es un argumento más. Los nombres propios femeninos son mucho más abundantes en el Nuevo Testamento. El peso de las mujeres cuadruplicó su porcentaje.
         Jesús quiso mostrar no sólo que la mujer era importante, podía y debía gozar de los mismos derechos.
         Fue una mujer el primer ser humano que proclamó la divinidad de Jesús, Isabel. Fue también a mujeres a quienes le fue revelada la resurrección del nazareno.
         Maria Magdalena fue la primera en recibir a Jesús resucitado y la encargada de comunicárselo a los discípulos varones.
         Al contrario que los apóstoles, las discípulas no corrieron ni huyeron para esconderse durante la ejecución y entierro de Jesús. En el Calvario había cuatro mujeres.
         Siete mujeres siguen y sirven a Jesús, Maria Magdalena, Maria de Betania, su hermana Marta, Juana, Susana, Salomé y la suegra de Simón/Pedro. Libres de amarras sociales, religiosas y de sexo, capaces de poder decidir, nada marginales. Son mujeres al servicio de Dios, no están al servicio de un varón o de los hombres.
         A Maria Magdalena se la inmortalizó con una misión clara de mensajera. La traducción latina la distingue con el título de “apostola apostolorum”.
         El diálogo más extenso de Jesús lo tuvo con la mujer de Samaria, con gran asombro de los discípulos que se maravillaban de que hablase con una mujer, como resultado muchos samaritanos reconocieron a Jesús como “Salvador del mundo”.
         La samaritana que había tenido cinco maridos y vivía con un sexto abandonó su cántaro y corrió a testimoniar entre sus convecinos la presencia de Jesús representando así al “antiguo Israel adúltero e infiel que se convierte en el nuevo Israel purificado, fiel y misionero”.
         La Iglesia habla de la famosa profesión de fe que Jesús le pidió a Pedro, pero esa misma profesión de fe se la solicitó también a una mujer, a Marta de Betania. Marta fue puesta por Jesús ante el mismo privilegio que Pedro. Jesús habló de fe grande y la atribuyó a una mujer, mientras que al mismísimo Pedro y a los discípulos les había tildado de “hombres de poca fe”.
        
También hizo descansar su fundamental enseñanza sobre la gracia y el perdón, mensaje básico para el cristianismo futuro, en una mujer pecadora arrepentida. También mostró el respeto por la mujer y proclamó el derecho a la igualdad cuando habilitó a la “hemorroísa”, que padecía flujo de sangre desde hacía 12 años y había sido apartada de la vida social y religiosa de su comunidad.
         En cuanto a la mujer sorprendida en adulterio, Jesús se dirige a ella, la pone al mismo nivel de trato y respeto y la perdona: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
         La ekklesia que puso en marcha Jesús era un pueblo de hombres y mujeres, no sólo de varones, reunidos ante Dios.
         Todo esto por un lado. Luego según avanza la Historia nos vamos encontrando “perlas” como las siguientes:
         “En la Iglesia se entiende por mujer a quien obra de manera juvenil y boba”, Haimo d’Auxerre (s. VIII).
         “La mujer no puede recibir órdenes sagradas porque por su naturaleza se encuentra en condiciones de servidumbre”, Graciano (s. XII)
         “Como el sexo femenino no puede significar ninguna eminencia de grado, porque la mujer tiene un estado de sujeción, por eso no puede recibir el sacramento del Orden”, Santo Tomás (s. XIII).
         La mujer es entonces un ser inferior, boba y condenada a la servidumbre “por su naturaleza”. Y lo peor es que hoy muchos sacerdotes y prelados siguen pensando lo mismo de ellas.
         Muchas corrientes evangélicas actuales están intentando devolver a la mujer el protagonismo religioso que nunca debió perder. Desde 1958 va incrementándose progresivamente el número de iglesias cristianas que han aceptado con normalidad la ordenación sacerdotal de mujeres, pero la Iglesia católica prefiere seguir ignorando las enseñanzas del Nuevo Testamento y mantenerse atrincherada en su tradición.
         Qué lejos y olvidado ha quedado aquel Jesús.

martes, 11 de diciembre de 2012

La mujer judía.


La mujer judía en tiempo de Jesús


En el país de Jesús la mujer no participaba en la vida publica. no participaba la mujer en la vida pública.Cuando la mujer judía de Jerusalén salía de casa, llevaba la cara cubierta con un tocado, que consistía en dos velos sobre la cabeza, una diadema sobre la frente con cintas colgantes hasta la barbilla y una malla de cordones y nudos; de este modo no se podían reconocer los rasgos de su cara.
La mujer que salía sin el tocado que ocultaba su rostro ofendía hasta tal punto las buenas costumbres que su marido tenía el derecho, incluso el deber, de despedirla, sin estar obligado a pagarle la suma estipulada para el caso de divorcio en el contrato matrimonial. Había mujeres tan estrictas que tampoco se descubrían en casa. En los ambientes populares no eran tan rígidas las costumbres.
Las mujeres debían pasar en público inadvertidas. Las reglas de la buena educación prohibían encontrarse a solas con una mujer, mirar a una mujer casada e incluso saludarla. Era un deshonor para un alumno de los escribas hablar con una mujer en la calle.
En la casa paterna las hijas debían pasar después de los muchachos. Su formación se limitaba al aprendizaje de los trabajos domésticos. Respecto al padre, tenían los mismos deberes que los hijos, pero no los mismos derechos. Respecto a la herencia, por ejemplo, los hijos y sus descendientes precedían a las hijas.
Los deberes de la esposa consistían en atender a las necesidades de la casa. Debía moler, coser, lavar, cocinar, amamantar a los hijos, hacer la cama de su marido y, en compensación de su sustento, elaborar la lana (hilar y tejer); otros añadían el deber de prepararle la copa a su marido, lavarle la cara, las manos y los pies.
La situación de sirvienta en que se encontraba la mujer frente a su marido se expresa ya en estas prescripciones; pero los derechos del esposo llegaban aún más allá. Podía reivindicar lo que su mujer encontraba, así como el producto de su trabajo manual, y tenía el derecho de anular sus votos. La mujer estaba obligada a obedecer a su marido como a su dueño, y esta obediencia era un deber religioso, tan fuerte, que el marido podía obligar a su mujer a hacer votos.
Los hijos estaban obligados a colocar el respeto debido al padre por encima del debido a la madre. En caso de peligro de muerte había que salvar primero al marido.
Hay dos hechos significativos respecto al grado de dependencia de la mujer con relación a su marido:
a) la poligamia estaba permitida. La esposa, por consiguiente, debía tolerar la existencia de concubinas junto a ella;
b) el derecho al divorcio estaba exclusivamente de parte del hombre. La opinión de la escuela de Hillel reducía a pleno capricho el derecho unilateral al divorcio que tenía el marido.
La mujer viuda quedaba también en algunas ocasiones vinculada a su marido: cuando éste moría sin hijos (Dt 25, 5-10; cf Mc 12, 18-27). En este caso debía esperar, sin poder intervenir en nada ella misma, que el hermano o los hermanos de su difunto marido contrajesen con ella matrimonio o manifestasen su negativa, sin la cual no podía ella volver a casarse.
Las escuelas eran exclusivamente para los muchachos, y no para las jóvenes. Según Josefo, las mujeres sólo podían entrar en el templo al atrio de los gentiles y al de las mujeres. Había en las sinagogas un enrejado que separaba el lugar destinado a las mujeres. La enseñanza estaba prohibida a las mujeres. En casa la mujer no era contada en el número de las personas invitadas a pronunciar la bendición después de la comida.
La mujer no tenía derecho a prestar testimonio, puesto que, como se desprende de Gn 18, 15, era mentirosa. Se aceptaba su testimonio sólo en algunos casos excepcionales, los mismos en que se aceptaba también el de un esclavo pagano. El nacimiento de un varón era motivo de alegría, mientras que el nacimiento de una hija era frecuentemente acompañado de indiferencia, incluso de tristeza.
Sólo partiendo de este trasfondo de la época podemos apreciar plenamente la postura de Jesús ante la mujer. Lc 8, 1-3 y Mc 15, 41 hablan de mujeres que siguen a Jesús: es un acontecimiento sin parangón en la historia de la época. Jesús no se contenta con colocar a la mujer en un rango más elevado que aquel en que había sido colocada por la costumbre; la coloca ante Dios en igualdad con el hombre (Mt 21, 31-32). 

El maltrato hacia la mujer

 EL MALTRATO HACIA LA MUJER

El maltrato hacia la mujer viene de tiempos muy antiguos, ya que la mujer solo se veía como un objeto de pertenencia que se tomaba y no tenia importancia  no trabajaba solo permanecía en casa  cuidando de la crianza de los hijos y solo esperaba a que su esposo llegara ,siempre tenia cumplir con sus deberes de mujer y de esposa sin tener el derecho a elegir,en Europa se han hecho los peores castigos para las mujeres como el derecho del esposo de pegarles cuando ellas cometiera cualquier error pero con la excusa de que no eran golpes de furia sino de poder corregirlas,dejaban que raptaron alas jóvenes vírgenes y si las violaban eran castigados los dos o el tenia que pagar una multa sobre la joven al igual podía tomarla como esposa.todas la leyes hacia el maltrato de la mujer vienen de la ley inglesa que después se fueron expandiendo a varias países en América , en varias de las colonias existentes se implemento esta ley inglesa .

en 1824 se creo en mississippi la ley para reprender alas esposas y solo  hasta siglo xx donde se implemento el pro voto de la mujer  y el movimiento de liberación  femenina con esto  a cambiar esta perspectiva hacia las mujeres y se empezó a tener en cuenta la opinión de las mujeres,pero todo esto ha llevado un proceso lento y que no ha sido efectivo ya que en muchos países del mundo se crearon leyes para evitar estos maltratos pero muchos quedan estancados y mientras tanto la mujer sigue siendo vulnerada y humillada hoy en pleno siglo XXI  se sigue viendo  estas violaciones hacia ese ser que es el sostén de la sociedad y este tejido tan importante para la humanidad que es la familia se esta perdiendo hay que tener mano contra este sistema machista que sigue aun en pie algunos hombres aceptan la igualdad y siguen viviendo en le pasado y no miran  el futuro ,ya no valoran  ala mujer y hasta nosotras mismas dejamos que esto siga pasando de menos valor a nuestra vida  y empecemos por cambiar esa mentalidad de ver al hombre como inferior a nosotras no nos dejemos sublimar acabemos con esta violencia por el futuro de nuestras hijas y de la familia.

Las mujeres en tiempo de Jesús.


LAS MUJERES EN TIEMPOS DE JESUS

El siguiente texto tiene como finalidad el dar a conocer sobre lo que era ser una mujer en la época de  Jesucristo. Ser mujer en tiempos de Jesús no era cómodo, ya que la estructura social en palestina era patriarcal. También eran tratadas como “esclavas” (no literal pero su realidad no se alejaba mucho) y objetos de cambio. A continuación se tratara tres de los aspectos más importantes que tenía una mujer en esa época. Primeramente las mujeres eran inferiores al varón, seguidamente de el culto religioso no era para las mujeres y finalmente las reglas estrictas que debían seguir estas mujeres.

En este tiempo las mujeres eran consideradas muy inferiores a los hombres. Cabe recordar una expresión muy utilizada en ese tiempo que era “mujeres, esclavos y niños”. Esta frase quiere decir que el esclavo no judío y el niño menor de edad, la mujer se debía por completo a su dueño, al padre si es soltera, al marido si es casada, al cuñado soltero (DT 25,5-10). Esto da entender que la mujer no hacía nada más que lo que su marido le dijera ( era una esclava legal). Con esto se puede entender e interpretar mejor la viuda en el pasaje bíblico que arrojo todo lo que tenia para vivir (MC12,41-44) y estas eran solo  moneditas sin mucho valor.

En el siglo I las mujeres estaban totalmente excluidas de las prácticas religiosas. En el templo los varones y mujeres estaban estrictamente separados . En este culto ellas siempre permanecían en silencio y sin cantar, mientras los hombres si lo podían hacer. En esa época no se podía empezar el culto si no se tenia mínimo a diez hombres en la sinagoga. Las mujeres no se las obligaban a peregrinar a Jerusalén, tampoco podían bendecir los alimentos a la hora de comer, pero aquí viene una gran ironía estaban obligadas a cumplir con todas las prohibiciones de la ley.

Estas son las reglas más comunes e importantes que se encontraban en esta época. Las mujeres debían permanecer en casa y dentro de el espacio que se le había sido otorgado. Se debían mostrar al público con la cara tapada y cubierta con dos velos en la cabeza. También debían cumplir la ley que dice que debían dormir en una habitación sin ventana  y no mostrarse                (SI 42,9-12). También se les prohibía verse con otra mujer a escondidas o peor aun hablar con otra mujer en la calle. También tenían que lavarle al padre la cara, las manos y los pies.

En conclusión las mujeres de la época de Jesús eran inferiores a los hombres en todo sentido y eran prácticamente esclavas, también las mujeres estaban excluidas de la totalidad y plenitud de celebrar el culto y tenían que cumplir todas las reglas de ley religiosa.
En mi opinión las mujeres de el tiempo actual deberían agradecer a Dios que ya no son sometidas a estas crueles costumbres y estupideces que en tiempos de Jesús se cometían ya que las mujeres tienen los mismos derechos que nosotros y también merecen ser respetadas y no tratadas como esclavas.
Jesús y la mujer

Partiendo de los Evangelios, ¿qué características tienen las mujeres?

Trabajadora: Compara el Reino de Dios a una mujer que trabaja en la casa, que pone levadura en la masa y prepara el pan para la familia (cf. Lc 13, 20-21). Por tanto, nada más lejos de la mujer que el espíritu de comodidad, la pereza y la vida fácil y regalada. En el alma de toda mujer campea la capacidad de sacrificio y de servicio.

Cuidadosa, atenta y solícita: así como una mujer barre la casa, busca por todas partes para encontrar esa moneda perdida, así es Dios Padre con nosotros, hasta encontrarnos (cf. Lc 15, 8-10). Son características propias de la delicadeza femenina.

Afectiva y comunicativa: así como esa mujer se alegra al encontrar la moneda perdida y hace partícipe a sus vecinos de su gozo, así Dios Padre nos hace partícipes de su alegría, cuando recobra un hijo perdido (cf. Lc 15, 8-10). No olvidemos que la mujer necesita mucho más el afecto que las razones y las cosas materiales. A través de la afectividad podemos entrar en el mundo intelectivo de la mujer.

Esposa previsora: con el aceite de su amor y fe sale al encuentro del esposo. Así debemos nosotros ser con Dios (cf. Mt 25, 1-13). Toda mujer debe tener previsión de cuanto se necesita en casa.

Insistente: la mujer es presentada aquí como modelo de fe insistente, hasta conseguir lo que quiere (cf. Lc 18, 1-8). De esta característica son testigos los esposos, pues saben que sus esposas consiguen todo a base de insistencia.

Servicial y generosa: Marta y las buenas mujeres, que le seguían, sirven a Jesús con delicadeza y amor, poniendo sus bienes al servicio de Cristo (cf. Lc 10, 38-42; Lc 8, 1-3). Es propio de la mujer la generosidad; ella nunca mide su entrega; simplemente se da. 

Feliz en el sacrificio: como la madre al dar a luz a su hijo (cf. Jn 16, 21). El sacrificio lo tienen incorporado en su vida; nacen con una cuota de aguante mayor que la del hombre.

Humilde y oculta: como esa viuda que pone en la colecta del templo lo que tenía para vivir (cf. Mc 12, 41-44; Lc 21, 1-4). ¡Cuántas cosas, cuántos detalles ocultos hace la mujer en la casa, y nadie los ve! Sólo Dios les recompensará.

De fina sensibilidad: derrama el mejor perfume a Cristo (cf. Jn 12, 1-8). La sensibilidad es una de las facetas femeninas. Sin las mujeres nuestro mundo sería cruel; le faltaría esa nota de finura. Ellas van derramando su mejor perfume en el hogar.

Fiel en los momentos difíciles: allí estaban las mujeres en el Calvario, cuando Jesús moría (cf. Jn 19, 25). ¿Dónde estaban los valientes hombres, los apóstoles decididos, los que habían sido curados? Allí estaban las mujeres, pues cuando una mujer ama de verdad, ama hasta el sacrificio. 

¿Cómo las trató Jesús?

Habla con ellas con naturalidad, espontaneidad, sin afectación; pero siempre con sumo respeto, discreción, dignidad y sobriedad, evitando el comportamiento chabacano, atrevido, peligroso. Nadie pudo echarle en cara ninguna sombra de sospecha en este aspecto delicado.

Les permite que le sigan de cerca, que le sirvan con sus bienes (cf. Lc 8, 1-3). Esto era inaudito en ese tiempo. Rompe con los esquemas socioculturales de su tiempo. ¿Por qué iba Él a despreciar el servicio amoroso y solícito de las mujeres? Ahora uno entiende mejor cómo en las iglesias siempre la mujer es la más dispuesta para todos los servicios necesarios,.103 pues desde el tiempo de Jesús ellas estaban con las manos dispuestas a servir de corazón.

Busca sólo el bien espiritual de sus almas, su conversión. No tiene intenciones torcidas o dobles.

Les corrige con amor y respeto, cuando es necesario, para enseñarles la lección. A su Madre la fue elevando a un plano superior, a una nueva maternidad, que está por encima de los lazos de la sangre (cf. Lc 2, 49; Jn 2, 4; Mt 12, 48). A la madre de los Zebedeo le echó en cara la ambición al pedir privilegios a sus hijos (cf. Mt 20, 22). A las mujeres que lloraban en el camino al Calvario les pidió que sus lágrimas las reservasen para quienes estaban lejos de Dios, a fin de atraerles a la conversión (cf. Lc 23, 28).

Les premia su fe, confianza y amor con milagros: a la hemorroísa y a la hija de Jairo (cf. Mt 9, 18-26). A la suegra de Simón Pedro (cf. Mc 1, 29-39). Al hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7, 11-17). A la hija de la cananea (cf. Mc 7, 24-30). A la mujer encorvada (cf. Lc 13, 18-22). Jesús es sumamente agradecido con estas mujeres y sabe consolarles en sus sufrimientos.

Jesús acepta la amistad de las hermanas de Lázaro, Marta y María, que lo acogen en su casa con solicitud y escuchan con atención sus palabras (cf. Lc 10, 38-42). La amistad es un valor humano, y Jesús era verdadero hombre. ¿Cómo iba él a despreciar un valor humano?

Las perdona, cuando están arrepentidas (cf. Jn 8, 1-11; Lc 7, 36-50; Jn 4, 7-42). A María Magdalena la libró del poder del demonio (cf. Mc 16, 9; Lc 8, 2).

La llama a ser apóstol de su resurrección (Jn 20, 17). Las mujeres se convierten en las primeras enviadas a llevar la buena nueva de la victoria de Cristo.